miércoles, 8 de junio de 2011

PRÓLOGO

PROLOGO: “El que sabe que sabe.”

La inmensa mayoría de las personas, habidas, existentes, y por haber, no son ni serán felices; muchas ni siquiera se darán cuenta de que no lo son, y aún menos del por qué. Este libro es para aquellos que quieren llegar a experimentar la felicidad: es por lo tanto un libro para cualquiera pero no para todos.

Eso sonará paradójico, o al menos debería resultarlo. “Todos queremos ser felices,” se deberían decir, lo cuál es cierto; la felicidad es por definición el objetivo vital para todo ser, no solamente los humanos. Pero lo que también es cierto es que casi todos quieren ser más esbeltos, más listos, más atractivos, más inteligentes, más interesantes, más atléticos, más respetados, etc., metas muy asequibles para casi cualquiera – de hecho mucho más que la felicidad – pero muy pocos lo logran. “¿Por qué?” Para comenzar, pocos tienen la confianza en sí mismos de creer que les sea posible cambiar, superarse; y de los que tienen la autoconfianza, pocos están dispuestos a hacer el esfuerzo para lograr sus objetivos; y de aquellos con la autoconfianza y dispuestos al esfuerzo, pocos tienen el conocimiento necesario para alcanzar sus metas; y de aquellos con autoconfianza, disposición y conocimiento, pocos tienen la autodisciplina y la perseverancia necesaria para sobreponerse a los inevitables obstáculos, achaques, reveses, y contratiempos que se les planteen por delante para dar ocasión de aplicar esa autoconfianza, ese esfuerzo, y ese conocimiento en pos de avanzar, inexorablemente hacia su objetivo.

He ahí que hay muy poco progreso en cuanto a la calidad de las personas; he ahí que, por ejemplo, la obesidad, adulta e infantil esté en aumento, la calidad de la educación esté en descenso, reina la disfunción familiar y gobierna la inviabilidad social. La humanidad se encamina hacia un estado de “mediocridad entrópica” en la cual domina el caos y lo absurdo, y todo en base a un factor: la falta de un culto a la excelencia.

Lo cuál nos regresa a la casi universal falta de felicidad: porque ser felices y ser excelentes es una sola cosa. Solamente aquellos que han incorporado la excelencia como esencia de su ser, de su identidad, de su personalidad, de su estar en el mundo lograrán la felicidad, los demás están condenados a una existencia de desdicha llena de altibajos, de placeres efímeros y de satisfacciones pasajeras, pero siempre condenados a cargar un gran vacío interior que sólo aumenta con cada intento fallido de saciarlo. He aquí la primera y más importante enseñanza de sus vidas, se la regalo: El primer mandamiento del MAESTRO KAIZEN es “Sé excelente.” La excelencia es el sine qua non – el “sin esto no hay” – de la satisfacción personal, de la felicidad duradera, de lo que los griegos venían a llamar la ‘eudaimonía’ o “plenitud de ser.” Somos felices cuando somos excelentes, y la excelencia no tiene nada que ver con el dinero, ni con los objetos materiales, ni con la salud, ni con el amor, ni con el clima, ni con el sol, ni con las nubes, ni con la astrología, ni con la fortuna, ni con los dioses, ni con las demás criaturas sobrenaturales de nuestra imaginación cultural colectiva.

El primer paso en lograr un objetivo, un destino es localizarlo en el mapa. Ahora, alguno de ustedes podrían denegar la validez de mi axioma, es decir, de la ecuación, “Felicidad = Excelencia Personal,” suplantándolo por otro: “Felicidad = Dinero,” o “Felicidad = Estar bien con Dios,” o “Felicidad = Amor,” o “Felicidad = Cerveza.” Para ser perfectamente honestos les diré que sus perspectivas al respecto me traen sin cuidado, y por un motivo claro: El Segundo Mandamiento del Maestro KAIZEN: “No hagas esfuerzos inútiles; no malgastes el tiempo; valora cada momento.” No perderé ni tiempo ni esfuerzo en tratar de convencerles de la Verdad, solo invertiré tiempo en enseñarles de acuerdo a ella. Lo demás depende de ustedes.

Os contaré una parábola al respecto. Se dice que cuando el Buda obtuvo su Gran Entendimiento, es decir, su Iluminación, tuvo que sobreponerse a los malévolos espíritus del gran demonio Mara. Mara, aceptando la derrota a mente del Buda, le propuso un último e imponente obstáculo: ¿para qué molestarse en dedicar su vida a la salvación de los seres humanos, cuando son demasiado soberbios, ignorantes, y apáticos cómo para valorar sus enseñanzas, mucho menos cambiar sus hábitos de vida de acuerdo a ellas?

Fue un golpe duro para el Buda que le dejó absorto, perplejo y con la mirada vacía reflexionando sobre su conocimiento de la naturaleza humana. Mara tenía mucha razón, los seres humanos son bien soberbios, ignorantes, y apáticos, tanto así que el Buda cuestionó seriamente su misión de enseñanza. Con esto se quedó distraído viendo un estanque repleto de flores de loto que tenía en frente. Observando el estanque se dio cuenta de que algunas de las flores sobrepasaban la superficie, otras florecían debajo del agua donde no les llegaría la luz, y otras estaban a ras del aire. Su mente intuitiva rápidamente estableció la siguiente analogía: Las flores que sobrepasaban la superficie eran como aquellos (pocos) que no precisaban de sus enseñanzas; aquellas que brotaban debajo del agua eran como aquellos que no podrían aprovecharse de las mismas; y finalmente, aquellas flores en el borde, luchando por sobrevivir y ganarle a las aguas, eran los deseosos y necesitados de sus erudiciones. ¡Aquellos serían sus discípulos! ¡Allí encontraría su ministerio!

Y con esa gran perspicacia logró su última y final victoria sobre el demonio Mara y emprendió su camino de 45 años como uno de los sabios más grandes de la historia. Al igual que las flores del loto y las aguas del estanque, habrá algunos de ustedes que rechazarán de antemano el contenido del libro por un sin fin de causas; habrá algunos, bien pocos, que no las precisan; y habrá otros que acepten las premisas, reconozcan la validez de los argumentos, apliquen las técnicas, estratagemas y estrategias – aunque sea solamente algunas – y cambien sus vidas. A esos valientes e intrépidos, y con gran compasión os dedico estas enseñanzas que son el fruto de mi conocimiento, el beneficio de mi experiencia, y la sabiduría de mi propio Gran Entendimiento. A vosotros os dedico este gran adagio:

El que sabe que no sabe es simple, enséñale.

El que sabe, pero no sabe que sabe está dormido, despiértale.

El que no sabe, pero no sabe que no sabe, es necio, evítale.

Pero el que sabe, y sabe que sabe es un sabio, síguele.

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